Aunque pueda resultar confusa, la tesis es sencilla: Panikkar iguala la naturaleza divina y la naturaleza humana, y las anuda en el orden del universo que es el lugar común de todos los seres. El ser humano no es un ser aparte de la naturaleza, sino naturaleza misma. Y como tal, no puede actuar en contra de la Tierra sin actuar contra sí mismo.
Entre las muchas inquietudes que compartimos a nivel social hoy en día se encuentra la preocupación por el conjunto de los ecosistemas y nuestro lugar en ellos, así como un posible colapso de nuestro sistema de explotación.
Desde el asesoramiento filosófico individual, en el que acompañamos a nuestro interlocutor a indagar sus retos existenciales para saborear la sabiduría que se encuentra tras ellos, éste tema también está presente llegando a ocupar, en algunos casos, un lugar central. Después de todo, ¿no es una cuestión tan esencial como existencial la del lugar que ocupamos en el mundo? ¿Y este lugar no lleva acaso parejo un conjunto de responsabilidades tanto individuales como sociales?
Raimon Panikkar recurre al concepto de «ecosofía» para establecer una crítica, y una alternativa, a la mirada ecológica actual más extendida y basada en un desarrollo sostenible. Para el autor, la superficialidad de esta mirada radica en el hecho de que no deja de interpretar a la Tierra como un objeto, como algo ajeno a nosotros que poder explotar pero de un modo más controlado para que nos dure más tiempo.
El término «ecosofía» está basado en el término sánscrito bhūmi-jñāna: Tierra-sabiduría, y alude al conocimiento que mora cristalizado en la Tierra y al que nosotros, como «sabios de la naturaleza», podemos acceder.

La apuesta de Pannikar no es meramente política; también supone una transformación radical de las conciencias. Busca nuestra liberación total de la escisión teórica dualista característica de Occidente que condena a la Tierra, y en consecuencia a nosotros mismos, a ser permanentemente lo Otro. Es, de hecho, una propuesta espiritual. O, dicho en términos menos divinos, ontológica. Pero para él, divinidad y ser son una misma cosa.
El ser humano no es aquí un ser pensante sino, como adelantaba un poco más arriba, un «sabio de la naturaleza». No piensa la Naturaleza como un objeto separado, sino que forma parte de ella y tiene la capacidad de atenderla, de establecer una simbiosis que favorezca la vida de todas sus formas de ser.
Con esta mirada, Panikkar nos invita a soltar el uso violento de la razón como medio de dominación y a abrirnos a una comprensión profunda de todo cuanto somos y nos rodea, constituyéndonos también.

No propone una nueva forma de interpretar la realidad, sino una nueva forma de vivirla: propone una metamorfosis metafísica, una nueva experiencia de nosotras mismas y de la vida en la comprensión de que sus ritmos son los propios ritmos del Ser que nos constituye a su vez.
Se trata de ser naturaleza y no de controlarla, se trata de transformarnos en ella.