El otro día, una compañera de la EFS me respondía a un correo con la reflexión siguiente:
«La imagen que expresas sobre quitar las redes para que el consultante siga nadando me parece crucial. Sobre todo porque parece que llevamos en nuestro software básico la creencia de que ‘para poder hacer algo hay que hacer más’ y lo curioso (y anti intuitivo) es que quizá hay que hacer menos y lo que necesitamos no es poner sino quitar: quitar los obstáculos y desaprender a estar rodeado de ellos en lucha permanente».
Lili

Y lo cierto es que es donde me sigo encontrando. Primero fue un dejarse llevar, luego vinieron ciertas resistencias, y ahora me desenvuelvo con mayor naturalidad. La sensación es serena.
También otro de estos días, leía una de las conferencias de Krishnamurti recopiladas en la obra Libertad total de la editorial Kairós. Se trata de la undécima plática pública que celebró en Ojai en junio de 1934, recogida como “Un verdadero ser humano”. En ella relata:
«(…) No puede haber percepción alerta, esa agudeza de la mente y de la emoción, mientras la mente siga atrapada tanto en el dolor como en el placer. Es decir, cuando una experiencia le ocasiona dolor y, al mismo tiempo, placer, usted no hace nada al respecto. Actúa sólo cuando el dolor es mayor que el placer, pero si el placer es mayor, no hace nada al respecto porque no hay conflicto alguno. Usted exige una acción sólo cuando el dolor pesa más que el placer, cuando es más agudo que el placer».
Y aquí viene el meollo:
«Antes de decidirse a actuar, casi todos esperan que el dolor aumente y, durante este período de espera, quieren saber cómo estar alerta. Nadie puede decirles eso. Esperan, antes de actuar, que el dolor aumente, o sea, esperan que el dolor con su compulsión les obligue a actuar, y en esa compulsión no hay inteligencia. Es tan sólo el medio, no la inteligencia, lo que los obliga a actuar de una manera determinada. Por lo tanto, cuando una mente está atrapada en este estancamiento, en esta falta de tensión dinámica, habrá naturalmente más dolor, más conflicto».
Da que pensar, ¿no? A mí me viene a la mente el recuerdo de lo que yo tardé en actuar regresando a Menorca para, al final, acabar simplemente reaccionando. Es que si me paro a pensarlo, ciertamente no actué: reaccioné a un dolor muy grande, estableciendo un punto y a parte en mi camino por ello. Un camino que, al fin y al cabo, ya no continuaba. No puedo colgarme esa medalla.

¿Cuántas veces sostenemos situaciones que nos llevan al límite hasta sentir que tocamos fondo y que verdaderamente no podemos continuar así? No estamos tomando decisiones, en estos casos son los propios acontecimientos los que están tomando la decisión por nosotres.
No estoy hablando de casos de dependencia que nos tocan vivir, ya sea cuidando de otras personas o teniendo que dejarnos cuidar, así como de dependencia material. No voy a eso, no nos escudemos en eso.
Constantemente soportamos circunstancias que podríamos modificar y que nos asfixian, pero que mantenemos por una serie de creencias y convicciones que arrastramos. Y no digamos cuando nos enfocamos al éxito en nuestra cultura del esfuerzo, aunque sea disimulado por la ilusión de, por ejemplo, los “seguidores” en las redes “sociales”.
«Una vida orientada con preferencia hacia los bienes utilitarios asfixia esencialmente aunque existencialmente parezca floreciente y envidiable. Por eso, allí donde los valores pragmáticos tienen una clara hegemonía, han de estar presentes en igual medida los medios de distracción, de entretenimiento, que se encargarán de ocultar y evadir el dolor esencial y el vacío interior a los que aboca necesariamente todo ese vértigo orientado hacia el tener. Nuestra sociedad actual es un ejemplo nítido de esta dinámica
Nuestro yo central solo encuentra su alimento en aquello que es fin por sí mismo».
Mónica Cavallé, La sabiduría recobrada
Estamos permanentemente a merced del medio, descuidando la completitud que podríamos hallar en nuestro interior, hasta perder todo sentido de la realidad. No son psicopatologías las que asolan nuestra sociedad actual, que haberlas haylas; son crisis mayoritariamente existenciales, de sentido, fruto de un desenvolvimiento, en nuestro plano existencial, que omite por completo la profundidad de nuestra dimensión ontológica. Y en demasiados casos, demasiadas personas, acaban recurriendo antes a los fármacos. Porque es cierto, vivir da miedo. Y asusta coger ese miedo de la mano para dar pasos en una dirección completamente distinta, aunque llevemos nuestra brújula dentro.
No quisiera que estas palabras sonaran huecas; «nuestro interior» no es un lugar al que acceder un rato, una conexión con nuestra respiración para continuar luego con una dinámica frenética. Nuestro interior, tal y como aquí lo refiero, es fuente de conocimiento, de un conocimiento que nos permite reconocer las cosas como son, sin todos los añadidos que hacemos y que arrastramos, que nos vienen impuestos con elegancia desde fuera en forma de tradiciones, cultura o religiones, y nos deforman poco a poco hasta convertirnos en malas copias.
Hablamos constantemente de creatividad; de ella habla Krishnamurti cuando nombra la inteligencia. Pero lo cierto es que mayoritariamente vivimos juzgando sin ver, reaccionando y no creando desde la vacuidad, único espacio de germinación de formas nuevas de ser y estar en el mundo.
La gratuidad de la belleza no se encuentra en un camino de esfuerzo disciplinado, en el maquillaje que agregamos a nuestras existencias cuando la corriente del río ya nos arrastra hacia un terraplén y nos convencemos de que nos bajamos de la balsa porque nos apetece probar algo nuevo.
Una nueva experiencia, sin duda, que sólo nos conducirá a otra y a otra más, porque una a una se nos agotan y la balsa vuelve a precipitarse.
Me vienen también ahora a la mente estas palabras de Nisargadatta que nos devolvía Mónica el otro día:
«Ningún esfuerzo puede llevarte allí, sólo la claridad de la comprensión. Rastrea tus malentendidos y abandónalos, eso es todo. No hay nada que buscar y encontrar, porque no hay nada perdido».
Así de fácil y así de difícil. Difícil porque como decía mi compañera Lili hay que «quitar los obstáculos y desaprender a estar rodeado de ellos en lucha permanente». Pero fácil porque todo lo que realmente necesitamos ya lo tenemos.

La libertad no es cuestión de elección sino cuestión de ver. Ver cómo es el medio el que toma las decisiones por nosotres para poder así realmente llegar a dibujar un camino propio, auténtico.
No se trata solamente de situaciones que nos empujan a tomar decisiones desesperadas; son también el conjunto de nuestros patrones y creencias, de nuestras reacciones en las interacciones que no hemos observado y que nos llevan a repetir los mismos pasos una y otra vez esperando que, tal vez, llegue el momento en que el otro cambie. Porque, nos convencemos una y otra vez sin llegar a puerto, la culpa y la responsabilidad de nuestro bienestar o la falta del mismo es siempre resultado de las acciones demás.
Abramos nuevos horizontes, nuevos puntos de fuga, pues como decía otra de mis compañeras:
«No hay certeza, pero sin el paso no aparece el escalón».
María Camila
Elevemos la mirada y andemos nuevas sendas, aunque no estén abiertas. Abrazar el cambio no es solamente estar a su merced, es hacerse uno con él.
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