Filosofía «Kintsugi»
La filosofía que emana del centenario arte de la carpintería de oro japonés o Kintsugi, una técnica de reparación de cerámica que consiste en unir las piezas rotas con laca y luego recubrir las grietas con polvo de oro, hunde sus raíces en un principio tan milenario, profundo y transformador como es la aceptación.
La aceptación, por su parte, es un concepto que lleva a muchas personas por el camino de la amargura, siendo demasiadas veces confundido con la resignación.
Por lo general, y especialmente en lo que respecta al ámbito social, tenemos tendencia a esconder los que consideramos que son nuestros errores, así como nuestras heridas o defectos de diversa índole. En la filosofía Kintsugi, sin embargo, éstos son iluminados e integrados, superando de esta manera su fragmentación. Se trata de una aceptación activa, creadora, que busca trascender, precisamente, la resignación a la que nos abocamos cuando tratamos de evadir la realidad mirando hacia otro lado, condenándonos a una serie de reacciones mecánicas, automatizadas, que podemos llegar a distinguir como patrones limitados. Pueden ser reacciones de evasión, de huida o incluso de confrontación, pero en tanto que son reacciones, y no acciones, no son libres, provocándonos una inmensa frustración fruto de nuestra propia impotencia.
El Kintsugi nos desvela que nada es eterno, que el devenir de la vida es imprevisible y que nuestra fragilidad es natural. Nos enseña a soltar, a no apegarnos y a estar abiertos a los cambios, pudiendo de este modo ser parte de los mismos (mushin). Nos muestra que la belleza reside, precisamente, en cada momento, no como esperamos que éstos sean sino como realmente son, con todas las imperfecciones que creamos hallar en ellos (wabi-sabi).
Es un arte basado en una filosofía tan antigua como la sabiduría misma, que no pretende devolver al objeto a su estado anterior restaurándolo sino a transformarlo en el devenir de su propia existencia. He aquí la importancia de la filosofía que subyace a un arte tan bello como el de la “reparación dorada”, que trasciende las roturas de sus objetos para crear otro aún más bello a partir de la dulce expresión las mismas.
De este mismo modo, el enfoque sapiencial se compromete activamente con todas las dimensiones del ser humano para su pleno desarrollo y liberación interior, en un camino de profunda transformación.
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«La herida es el lugar por donde te entra la luz».
Rumi
«La semilla tiene en sí la inteligencia que le dicta su desarrollo. Ahora bien, imaginemos a una semilla que fuera autoconsciente, es decir, partícipe de la inteligencia que rige su crecimiento, colaboradora con la idea que le permite ser lo que es y llegar a ser lo que está destinada a ser. Supongamos que esta semilla ha crecido hasta convertirse en un pequeño y gracioso árbol, y que este arbolito se queda fascinado, en un momento dado, con su propia imagen. Queda prendado de la gracia de esa ramita que le ha salido, y de esa pequeña hoja de un verde intenso que ha brotado en ella. Le gustan tanto que se identifica con esa imagen de sí mismo y cifra ahí su identidad. A partir de ese momento, al arbolito ya no le basta ser, sino que se empeña en ser de una manera particular. En su empeño y obstinación por ser de ese modo particular, lo que era un momento de gracia, que daría paso a muchos otros momentos de gracia y perfección, se convierte, paradójicamente, en un freno que lo atrofia y que llega a hacer de él un árbol deforme y enano. Sus ramas no se expanden, se retuercen sobre sí mismas debido a que ya no quiere cambiar y crecer; sus hojas no pueden brotar; nunca dará fruto… ¡Será un árbol malogrado! Y todo por el equívoco que le llevó a pensar que él era aquella ramita, aquella hoja… cuando él era ese potencial que, latente, oculto, sin forma, se traducía en un sinfín de formas cambiantes. En cierto modo, él era también esa ramita y esa hoja, pero no como él creía serlo, es decir, de forma exclusiva ni esencial. Confundió lo que era la expresión cambiante de su Identidad con su Identidad real, con lo único que en él era realmente permanente y autoidéntico: ese potencial informe que es fuente de formas cambiantes. Buscó su sentido de ser en el nivel de sus modos, en ser esto o aquello, y no se limitó a lo más gozoso y fácil, a simplemente ser».
Mónica Cavallé, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia.